10 motivos por los que ser auxiliar de vuelo es el mejor trabajo del mundo

Es 2002 y el trabajo que me hizo abandonar mi hogar en Maastricht y trasladarme a la Randstad no ha resultado ser lo que esperaba. ¿Por qué no convertirme en auxiliar de cabina? Solo durante un año, para ver un poco de mundo. Los años pasan rápido hasta 2018 y sigo siendo auxiliar de cabina y recorriendo el mundo. Todavía es divertido y estos son, para mí, los 10 principales motivos.

1. Cada día de trabajo es distinto

La composición de los tripulantes cambia constantemente. Incluso después de 16 años volando con KLM, sigo trabajando habitualmente con gente que no conozco. Los destinos también cambian siempre, igual que los pasajeros. Ningún día es igual que el anterior. O ninguna noche, porque también trabajo por las noches.

2. Planificas tu propio horario

En gran medida, puedo decidir a dónde quiero volar y cuánto tiempo permaneceré fuera. Disponemos de un gran sistema para solicitar vuelos, lo que me permite ver inmediatamente qué posibilidades tengo de que me asignen a un vuelo determinado y cuántas plazas hay para alguien de mi rango. En esta profesión, con mucha frecuencia hay que trabajar en días festivos. Pero si realmente quiero estar libre en un día particular, puedo utilizar uno de mis «super comodines».

3. Nunca me preocupo por qué ropa ponerme

Albert Einstein. Steve Jobs. Mark Zuckerberg. Valerie Musson. Toda la gente que nunca tiene que pensar en qué ropa ponerse para trabajar. ¡Larga vida al uniforme!

4. Visitar a familiares y amigos en el extranjero

Cuando nos asignan a vuelos intercontinentales, disponemos de un mínimo de 24 horas en el destino. Pero, a menudo, también tengo la tarde o la noche libres en los destinos europeos. Esto significa que puedo ver a mi primo en Estocolmo para cenar, visitar a mi mejor amigo en Nueva York, o quedar con amigos y conocidos en Tokio, Ciudad del Cabo, Shanghái, Londres y Abu Dhabi.

5. Compartir la prosperidad

Cuando vuelo a Johannesburgo o a Nairobi, a menudo llevo ropa y juguetes para donarlos a organizaciones de caridad y orfanatos locales. Es un verdadero privilegio poder seleccionar estas causas benéficas y entregar los donativos personalmente. También disfruté de mi trabajo en el Wings of Support Bushcamp; 4 días de acampada con niños desfavorecidos en el Lago Naivasha en Kenia. ¡Fue muy divertido!

6. Ver el mundo desde arriba

A veces, por supuesto, miro por las ventanas mientras sirvo a los pasajeros. ¡Las vistas son espectaculares! Las nubes onduladas, algunas veces las cimas de las montañas y siempre el sol. Más de una vez he experimentado la delicia de sobrevolar el centro de Londres al atardecer. He visto la Gran Muralla China desde el aire, el río Mississippi, The Strip en Las Vegas, el monte Fuji y los Alpes.

7. Libertad y alegría

Puedo cerrar la puerta de mi casa en Ámsterdam y 15 horas más tarde entrar en una habitación de hotel en el otro lado del mundo. Lo sientes siempre como si fuera magia. Cuando llego a mi destino hago lo que quiero. En muchos lugares tengo mi cafetería favorita, o mi salón de belleza. Algunas veces alquilo un coche con un compañero y, por ejemplo, viajamos de Los Ángeles a Las Vegas. Todo es posible.

8. Tiempo para un hobby especial

Para mi, el tango es el baile más hermoso del mundo. ¿Pero sabe lo que es aún más bonito? Recibir lecciones de tango en Buenos Aires, el lugar donde nació este baile maravilloso. Siempre que voy allí, llevo mis zapatos de tango, que compré en San Telmo (los entendidos sabrán por qué) y recibo clases privadas con mi maestro Adrián Luna.

9. Conocer a gente interesante, agradable y encantadora

Si realizo un vuelo de 12 horas, me gusta conocer a los pasajeros de mi zona de trabajo. Aun sigo en contacto con Vida, una persona de 85 años, y con otra gente como Rachael, de Reino Unido. Rachael tenía miedo de volar, pero me contó que esta historia le había ayudado a superarlo. Cuando, 6 meses más tarde, vino a Ámsterdam a pasar un fin de semana con su marido, tomamos juntos un café y un pastel de manzana en Vondelpark. Rachael me regaló un ángel de la guarda, que ahora llevo conmigo en cada viaje.

10. El lugar más hermoso del mundo

Algunas veces me pellizco cuando, por ejemplo, estoy en una playa bebiendo un coco fresco viendo cómo el sol se pone sobre el mar. Entonces miro a mi compañero y uno de nosotros dice (es nuestra broma habitual): «Un día más en la oficina».

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